Lérida comenzó su andadura histórica como capital de los ilergetas, cuyos líderes, Indíbil y Mandonio, se aliaron con los cartagineses en su famosa lucha contra los romanos. La derrota de Asdrúbal, hermano de Aníbal, significó la derrota de Cartago y sus aliados; esto no impidio que poco tiempo después, se produjera una nueva revolución contra el imperio que significó la muerte de Indíbil y Mandonio.
Con el control de Indíbil por parte de los romanos, esta se convirtió definitivamente en Ilerda hasta la caida del imperio romano. Los musulmanes, en su avance sobre España, se apoderaron de Lérida en el año 714.
En 1149, la ciudad fue ocupada finalmente por el ejercito de Ramón Berenguer IV y Ermengol VI. En el año 1150, Lérida obtuvo la Carta de Población, y en el 1264 el Privilegio de Concesión de la Paería.
Los siglos siguientes no fueron tan benévolos con Lérida porque, como en España, al igual que en toda Europa, se sucedieron una serie interminable de guerras internas y externas, pestes y hambrunas que causaron éxodos másivos y grandes perdidas económicas que tardarían años en superarse.
En 1640, Lérida participó en la revuelta catalana contra Felipe IV, aliándose con el rey francés Luis XIII. En esta guerra, que se prolongó durante doce años, sufrió varios asedios graves.
Durante el siglo XVIII, finalmente, la ciudad logró recuperarse paulatinamente, como quedó demostrado en la construcción de importantes obras arquitectónicas como la Catedral Nueva mandada a levantar durante el reinado de Carlos III.
La llegada del ferrocarril en 1860 significó una nueva posibilidad comercial que la ciudad no tardó en aprovechar para mejorar sus comunicaciones con otros centros comerciales y culturales cercanos.
Actualmente gran parte de la economía se sustenta en el sector de los servicios, que emplea a más del setenta por ciento de la población, seguida por la industria, la construcción y la agricultura.
Debe destacarse el incesante turismo que acude a Lérida para contemplar las maravillas arquitectonicas que se mantienen como muestra de su pasado, entre ellas las catedrales de La Seu Vella y la Seu Nova.
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